Carta a mi madre









Hola mamá:


 

 

Te escribo esta carta porque es tu día y es lo mínimo que te mereces.

En primer lugar me sabe mal no poder estar ahí y abrazarte como siempre he hecho. Me come por dentro no poder darte un beso, meterme cariñosamente contigo como siempre hago, y darte un abrazo sin venir a cuento.

Parece como si en vez de meses, hubieran pasado años sin veros. Si la última vez que nos vimos hubiera sabido todo esto, a lo mejor nunca os hubiese soltado. Quizás nunca habría vuelto.

Cuando uno tiene la mente ocupada no tiene demasiado tiempo para echar de menos, pero ahora que paso más tiempo que nunca reflexionándome, he llegado a la conclusión (aunque ya lo supiera) de que no me podía haber tocado una madre con mejor corazón y con quien me entendiese tan bien.

 

 

Me gustaría agradecerte muchas cosas, pero hoy en especial, quiero agradecerte que me hayas salvado la vida en numerosas ocasiones.

 

Siempre he sido muy cabezón, que te voy a contar que tu no sepas...

Un día al salir del teatro del pueblo, recuerdo que iba enfadado porque no me habrías dado el gusto de salirme con la mía, como pretendía la mayoría de las veces. No recuerdo exactamente si fue por no darte la mano pero lo que nunca se me olvidará será ese resbalón en la calle que doblaba la esquina, cayendo con tan mala suerte en mitad de ella. Recuerdo que venía un coche. Recuerdo un grito tuyo seco y ensordecedor. Recuerdo que se me paró el corazón por unos instantes. Recuerdo ver la rueda a centímetros de mi cara y a un hombre asustado que acababa de frenar en seco y bajaba del coche para preguntar que había pasado.

Lo siento, mamá. No quiero ni imaginar la situación de terror que tiene que ser ver a tu hijo, por cabezón, a segundos de la muerte. Tampoco quiero ni imaginar el mal trago que tiene que ser esa explicación a aquel señor, que gracias a que iba despacio, pudo frenar a tiempo.

Esa fue la primera vez que me salvaste la vida.

 

La siguiente fue mucho más cruel. Ya no fueron unos segundos. Fueron días.

Días en los que me cuentas, porque no tengo ningún recuerdo de eso, que no te despegaste de mi lado. Una neumonía se estaba apoderando de mi vida y poco a poco me iba apagando. No comía, no era persona. Lo único que era capaz de hacer en esos días era delirar cuando alguien venía a visitarme.

Si no hubiera sido por que moviste cielo y tierra hasta que diste con lo que me pasaba, hoy no estaría escribiéndote esto. Nadie sabía o no quería saber que era lo que me pasaba. Y tu luchaste porque alguien te lo dijera. Cuando lo hicieron, nunca me dejaste ni un solo minuto. Estarás pensando que es normal, pero podías haber confiado en la palabra de un profesional y haber seguido la vida como si no pasara nada. Lo bueno de todo esto, es que en esa conexión especial que nos ha caracterizado siempre, tú sabías que algo no iba bien.

Gracias a eso, por supuesto, hemos podido abrazarnos infinitas veces.

 

Y la última, fue la más importante. No por la dureza, sino por el cambio que sufrí.

Te voy a situar en 2016. Ese año empezó bien pero antes de llegar a la mitad, se torció en un giro de 180º.

Mi vida dio la vuelta por completo.

Venía de perder personas, de sentir que nunca congeniaría con nadie, de truncarme mi propio sueño de formar una familia como tu y papá habíais conseguido.

Sentía que se me caía el mundo encima, que no podría salir de ese pozo de lágrimas. Había dejado de ser yo.

Creía que para todos era un auténtico inútil, que todo el mundo sumaría si yo estuviese lejos. Me sentía más perjudicial para los demás que beneficioso.

Te vuelvo a situar. Junio de ese mismo año. Entraste a la habitación y me dijiste que si me pasaba algo, que estaba raro. Apenas hablaba y apenas salía de ahí.

Y ahí exploté y te conté todo lo que sentía. Recuerdo que lloramos los dos a lágrima suelta y me diste los consejos que necesitaba justo en ese momento y en ese lugar.

Me hiciste entender que era tan válido como quisiera ser y que necesitaba aquella conversación para liberarme de todos mis problemas hasta el momento. Que el ser reservado era bueno hasta un cierto punto y que estaba bien querer sonreír, solo que a veces no podemos fingir algo que no existe. La felicidad.

Me dijiste que pasaría un tiempo hasta que me sintiera bien, que querías que luchara por lo que quería, y que algún día todas las piezas que faltaban en mi puzzle se juntarían y podría tener la vida que siempre había querido.

A partir de ahí, me limpié las lágrimas, nos dijimos te quiero y empecé a remontar el vuelo. Empecé a asumir que no hay tipo duro que no sea frágil por dentro y que sólo mi actitud determinaría mi futuro.

 

Gracias a eso, y aunque estemos lejos, hoy tengo una vida muy parecida a la que soñaba ese día.

Una vida en la que no caben lujos, sino personas.

Gracias por esa conversación mamá. Estoy muy muy cerca de lo que creo que es el éxito vital.

Gracias por ser mi superheroína y estar siempre dispuesta a salvarme.

 

 

 

Te debo la vida. Pero te la debo varias veces.


En tus brazos siempre vuelvo a nacer.


 

 

 

 

 

Te quiero. Hasta el infinito y más allá.


 

Comentarios

Entradas populares